La planta, nuestra planta
Llegó en marzo de 2006, a pocos días de
que abril lanzara sobre nosotros sus chaparrones frenéticos. Vino en un
camión, impecablemente nueva, relucientemente útil. Era nuestra planta
eléctrica, nuestro propio grupo electrógeno, que haría funcionar el
ascensor y la luz de los pasillos cuando el apagón ensombreciera la
zona. Estábamos salvados. La Revolución Energética
nos beneficiaba con aquel aparato que tenía la forma de una locomotora
detenida. Para reforzar el parecido ferroviario, su imponente estructura
culminaba en una chimenea de la que nunca veríamos salir ni una sola
voluta de humo.
Aquel primero de mayo, Fidel Castro
informó en la Plaza que ya todos los edificios altos de la zona tenían
su propia manera de autoabastecerse de electricidad. Sin embargo,
todavía “nuestra planta” no había producido ni un solo watt, no había
ronroneado ni una sola vez. En el tiempo transcurrido entre la llegada
de aquel objeto y su anuncio público, se crearon tres puestos laborales
para custodiarlo y recargarlo de combustible. Los empleados se
dispusieron en turnos rotativos, aunque en un primer momento no tenían
otro contenido de trabajo que observar nuestra hermosa “máquina de luz”.
Se hicieron varios intentos de encenderla, pero no funcionaba bien.
Quizás no habíamos sabido instalarla, quizás necesitaba más petróleo,
quizás…
Se la llevaron a las pocas semanas de
haber sido un número más en aquel discurso del Máximo Líder. La base de
concreto que los vecinos construyeron para colocarla se quedó como un
banco para sentarse los niños. Los tres empleados que la cuidaban
disfrutaron unos meses más de su sueldo sin trabajo, hasta que las
plazas fueron cerradas. La planta eléctrica -según explicó el camionero
que vino a buscarla- se reubicó en una escuela para estudiantes
latinoamericanos. No sin antes prometernos que la verdaderamente nuestra
-más grande y con mayor capacidad- llegaría en pocos días.
Ya han pasado seis años. La gente habla
de aquel grupo electrógeno como quien menciona un espectro encantado que
se hubiera cruzado en su camino. Otros, lo más divertidos, bromean y
gritan de balcón a balcón: “Oye… yo creo que ahora sí viene por ahí la
planta, nuestra planta”.