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- Publicado el Domingo, 10 Marzo 2013 05:13
- Por Café Fuerte
Exiguos manifestantes en protesta contra la presencia de Yoani Sánchez en Burgos.
Por Martín Guevara*
Ayer
me ocurrió algo curioso que sin pretenderlo, encierra el meollo de uno
de los asuntos en los que más me interesa incidir, de los que más me
placen reflexionar e invitar a hacerlo. Yoani Sánchez fue la motivación.
Asistí al final del III Congreso de i-Redes en la ciudad de Burgos para escuchar a Yoani Sánchez y de paso saludarla. Ambos
objetivos quedaron más que satisfechos, incluso pude invitar a Yoani a
leer el homenaje que había escrito unos pocos días antes a ella y a su
esposo.
Una
vez que terminó el acto me apresuré a salir para evitar la muchedumbre
en la entrada del edificio del Fórum y en su lugar encontré apostados
bajo el día fresco y las gotas de llovizna, a un grupo de unos 14 o 15
manifestantes contra la filóloga, bloguera y periodista cubana. Los con toda probabilidad poco espontáneos voceros portaban banderas de Cuba y del Partido Comunista español. Había el triple de policías antidisturbios que manifestantes esperando que saliese Yoani del edificio. Me
quedé de pie a un costado dispuesto a asistir a un espectáculo más de
repudio, sin embargo con estos actores en escena, sentía por dentro la
fricción de la contradicción.
Comisión de repudio
Los
jóvenes que la esperaban para gritarle tenían la misma pinta que ella y
que los jóvenes contestatarios y antisistema habaneros que asisten a
sus cursos de blogueros, a sus reuniones de arte contracultural. Incluso
puedo aventurar que mi simpatía habría estado al cien por ciento del
lado de esos escasos jóvenes que desafiaban el mal tiempo, si en lugar
de ir a gritar improperios a una chica de su misma especie irreverente,
hubiesen estado allí para interpelar a las autoridades del Ayuntamiento,
la Diputación y la Junta de Castilla y León, que también estaban
adentro para la entrega de premios, mezclados con medios y periodistas
de izquierdas y de derechas.
A
los cinco minutos de estar de pie esperando un desenlace cuando la
multitud de pesados y reporteros de adentro le permitiesen salir a
Yoani, pasaron del otro lado de la avenida, en el paseo del río, dos
jóvenes con cinco perros de raza de pelea, que comenzaron a insultar de
un modo extremadamente violento a los militantes de izquierdas, gritaban
consignas nazis y levantaban el brazo en señal de saludo hitleriano. El incidente duró un tiempo corto pero tenso, y la policía no hizo nada por impedirlo.
Entonces
yo me acerqué a un policía de los que en los últimos tiempos tienen
como trabajo romper cabezas de desahuciados y de inconformes con el
gobierno, y le comuniqué que las manifestaciones de esos individuos,
aparte de ser agresivas eran anticonstitucionales, ilegales y
conformaban una apología al terrorismo; me miró de arriba a abajo, y se
movió un poco desconcertado al ver que yo era un asistente al congreso e
intercedía en favor de los contrarios al mismo. Lo
que no sabía el policía es que además estaba allí por mi admiración a
Yoani, pero también a esos jóvenes cuando salen a defender los pocos
derechos vírgenes que aún nos asisten.
La tensión se disipó cuando los dos pichones de criminales siguieron su camino con sus perros de presa. Entonces me giré y vi dentro del recinto ferial, cómo el periodista Ander Izagirre, quien también había sido premiado en aquel acto, bajaba con su comitiva de amigos por un ascensor y sonreí recordando que unas horas antes al llegar al lugar, mojado por la llovizna, me había reprochado el haber dejado el coche a tres manzanas, al constatar que había un parkingpúblico subterráneo en el mismo edificio.
Me alegré por el mitin que se ahorraría la valerosa bloguera, pero no puede dejar de sentir una brizna de pena por la esterilidad de la reunión de aquel pequeño grupo.
La tensión se disipó cuando los dos pichones de criminales siguieron su camino con sus perros de presa. Entonces me giré y vi dentro del recinto ferial, cómo el periodista Ander Izagirre, quien también había sido premiado en aquel acto, bajaba con su comitiva de amigos por un ascensor y sonreí recordando que unas horas antes al llegar al lugar, mojado por la llovizna, me había reprochado el haber dejado el coche a tres manzanas, al constatar que había un parkingpúblico subterráneo en el mismo edificio.
Me alegré por el mitin que se ahorraría la valerosa bloguera, pero no puede dejar de sentir una brizna de pena por la esterilidad de la reunión de aquel pequeño grupo.
Contra la intolerancia
Instantáneamente
recordé el estilo de los jóvenes rebeldes cubanos contra la
intolerancia, contra la sinrazón y la represión, y pensé que el único
sitio de la ciudad donde se los podría ubicar en ese instante si se los
trasladase por abducción en tiempo y espacio a la fría Burgos, sería
dentro del reducido grupo de aquellos enrojecidos indignados.
Una foto con Yoani Sánchez antes de la despedida.
También pensé que una vez culminadas las entrevistas, a Yoani la
invitarían a comer los representantes del gobierno de Burgos, que eran
lo más parecido estéticamente a aquellos gordos sebosos con guayabera
ostentadores de cargos políticos en Cuba, que tanto la odian y persiguen
por su arrojo y claridad en su posicionamiento. Y
por último no pude dejar de pensar que aquellos policías que estaban
para protegerla, eran lo más parecido a los efectivos de la Seguridad
del Estado que en La Habana se esmeran en hallar maneras de no dejarla
en paz.
Aquel escueto hato de militantes comunistas me recordaron al personaje Ira Ringold, de la novela Me casé con un comunista, de
Philip Roth, quien decía de su criatura de la ficción, que era
asombroso ver como un hombre que no había temido en absoluto, a toda la
policía junta y la sociedad entera en su contra, sin embargo era incapaz
de discutir la más mínima ordenanza del Partido.
Es una de las más brillantes observaciones que he leído en mi vida, ya que en efecto llama la atención como todo el enorme caudal de valor necesario para ser comunista en una sociedad de mercado, se convierte en humo, se evapora frente a las controvertidas, caprichosas, increíbles y a menudo vergonzosas órdenes que se imparten en el seno del Partido y que deben ser cumplidas a rajatabla.
Es una de las más brillantes observaciones que he leído en mi vida, ya que en efecto llama la atención como todo el enorme caudal de valor necesario para ser comunista en una sociedad de mercado, se convierte en humo, se evapora frente a las controvertidas, caprichosas, increíbles y a menudo vergonzosas órdenes que se imparten en el seno del Partido y que deben ser cumplidas a rajatabla.
Por
supuesto no sé que le habría parecido mi observación a Yoani, pero al
conocer su prosa, sus deseos de concordia, de suma más que de resta, de
respeto por la libertad de los individuos y sus ideas, me place pensar
que habría convergido en algún punto con esas sensaciones de apariencia
contradictoria y paradójica, pero de una coherencia tan fiel en el
relato, como compleja de interpretar.
Me fui de allí antes que los militantes, antes que los políticos, antes que los premiados, quería evitar el riesgo de llegar al bar de los mejores pinchos de morcilla de Burgos con cebolla caramelizada cuando ya estuviese abarrotado de unos o de otros. Se trata de una delicatesen que prefiero saborear acodado a la barra, en silencio y en solitario.
Me fui de allí antes que los militantes, antes que los políticos, antes que los premiados, quería evitar el riesgo de llegar al bar de los mejores pinchos de morcilla de Burgos con cebolla caramelizada cuando ya estuviese abarrotado de unos o de otros. Se trata de una delicatesen que prefiero saborear acodado a la barra, en silencio y en solitario.
*Sobrino del Che Guevara. Vivió como refugiado en Cuba por 15 años y permaneció en La Habana hasta 1988. Actualmente
reside en España y escribe un libro testimonial sobre su experiencia
cubana y el peso del mito que rodea a su célebre tío guerrillero.