Computadora sin papeles
Tocaron a la puerta con una orden de registro que la madre de Aldo apenas pudo ver. Fueron directo al cuarto para ocupar la computadora donde se almacenan las letras de esas canciones que circulan por todo el país. No hubo manera de hacerle ver al policía que aquel hombre de cabello largo y tatuajes por todo el cuerpo no era un delincuente. A los uniformados, se les da mal el hip hop y un peludo pintoreteado es lo que más se les parece a un malhechor. No tuvieron en cuenta que a éste, sólo una semana antes, Juanes lo había evocado en la Plaza de la Revolución cuando mencionó al grupo Los Aldeanos. La noticia de la detención se regó y hasta el propio cantautor Silvio Rodríguez intercedió para que le devolvieran el ordenador y lo dejaran ir a casa.
Aldo y Bian ya han sido apartados de casi todo, menos de ese don para la música que la censura no ha logrado quitarles. Unos amigos distribuyeron hojas impresas para denunciar la exclusión contra el popular dúo y propusieron que “asumir a estos hombres como órganos vitales de la nación, es cuestión de honor”. Pero la nuestra es una sociedad ingresada en terapia intensiva, con partes trasplantadas y una máquina de diálisis conectada a esa zona donde debería funcionar una ciudadanía. Vivimos en una Isla donde se extirpa y se amputa porque unos pocos diagnostican que un miembro tiene gangrena, cuando en realidad es –simplemente– diferente.
Al llevarse al músico con su computadora –que carece de papeles de propiedad, como la gran mayoría que hay en Cuba– quizás estaban aplicándole una inyección de susto, la conocida medicación para aumentar el miedo. Pero ya no les funciona como antes. Ahora, la aprensión se trasmuta en canciones, en blogs, en discos que circulan de mano en mano, mientras que las confiscaciones y las detenciones sólo logran que lleguen más lejos.