- Alvaro Caputo
¿Para qué sirve un expresidente?
Lula, que imitó las políticas de Cardoso cuando fue presidente, debería emularlo también ahora. Un verdadero demócrata no usa su influencia para intervenir en las elecciones de otro país
En
estos días, dos eventos casi simultáneos, protagonizados por dos
expresidentes, ilustran formas muy distintas de asumir el papel de “ex”.
El contraste de sus actuaciones no ha podido ser más extremo y más
aleccionador. Se trata de los dos expresidentes más famosos —y exitosos—
de Brasil: Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da
Silva. Ambos han estado en la arena pública internacional por diferentes
motivos. Fernando Henrique Cardoso ganó el premio más importante del
mundo en el campo de las ciencias sociales: el premio Kluge, otorgado
por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. El galardón tiene un
proceso de selección tanto o más riguroso que el de los premios Nobel, y
una dotación equivalente (un millón de dólares).
Mientras Cardoso recibía el premio Kluge por su aportación a las
ciencias sociales, Lula apoyaba a Hugo Chávez en su campaña electoral
El jurado enfatizó que el premio reconocía las aportaciones
intelectuales de Cardoso, que era un prestigioso sociólogo antes de
entrar en la política. Cardoso hizo contribuciones pioneras al análisis
de la desigualdad y el racismo en el subdesarrollo. También fue el padre
de la famosa Teoría de la Dependencia, que sostenía que el
subdesarrollo era en parte causado por los países más ricos y las
relaciones de explotación que mantenían con los países pobres. Esta
idea, popular en los años 70 y 80, ha perdido vigencia y el mismo
Cardoso reconoce que el mundo ha cambiado y que sus conclusiones ya no
son válidas.
Casi
al mismo tiempo que Cardoso recibía el galardón, Lula intervenía por
videoconferencia en la reunión del Foro de São Paulo, una agrupación de
la izquierda latinoamericana fundada bajo el auspicio del Partido de los
Trabajadores de Brasil (PT) en 1990. A los asistentes al encuentro,
celebrado en Caracas, Lula les dijo: “Solo con el liderazgo de Chávez el
pueblo realmente ha tenido conquistas extraordinarias. Las clases
populares nunca fueron tratadas con tanto respeto, cariño y dignidad.
Esas conquistas deben ser preservadas y consolidadas. Chávez, cuente
conmigo, cuente con el PT, cuente con la solidaridad y apoyo de cada
militante de izquierda, de cada demócrata y de cada latinoamericano. Tu
victoria será nuestra victoria”.
No es legítimo que Lula
aplauda en Venezuela
políticas públicas
diametralmente opuestas
a las que él mismo impuso
con gran éxito en Brasil
aplauda en Venezuela
políticas públicas
diametralmente opuestas
a las que él mismo impuso
con gran éxito en Brasil
Es perfectamente legítimo que Lula exprese su afecto y admiración por
Hugo Chávez. Los afectos -como el amor- son ciegos y merecen respeto.
Pero no es legítimo que Lula intervenga en la campaña electoral de otro
país. Eso no lo hacen los demócratas. Lula lo sabe. Y ya lo había hecho
antes, cuando, en vísperas de un importantísimo referéndum en Venezuela,
irrumpió en el proceso afirmando que Chávez era el mejor presidente que
había tenido el país en los últimos cien años.
Tampoco
es legítimo distorsionar, como lo hizo Lula, la realidad venezolana,
especialmente la de los pobres. Chávez ha tenido un efecto devastador
para Venezuela y los pobres son sus principales víctimas. Son ellos
quienes pagan las consecuencias de vivir en uno de los países más
inflacionarios del mundo, son ellos quienes deben arreglarse con un
salario real que ha caído al nivel que tenía en 1966 (sí: 1966). Son
ellos quienes no consiguen trabajo a menos que sea en el sector público y
a condición de demostrar constantemente su adoración y su fidelidad “al
comandante”. Son ellos quienes ven a sus hijos e hijas asesinados a una
de las tasas más altas del mundo. No es de extrañar, por tanto, que en
las últimas elecciones legislativas más de la mitad de los votos fueran
contra Chávez. En Venezuela es imposible alcanzar ese porcentaje sin
millones de votos de los más pobres, --esos pobres que, según Lula,
están mejor que nunca. Finalmente, tampoco es legítimo que Lula aplauda
en otro país políticas públicas que son diametralmente opuestas a las
que él mismo impuso con gran éxito en Brasil.
En
este sentido, no sería malo que, al igual que imitó las políticas de
Cardoso cuando fue presidente, Lula lo emule ahora como expresidente.
Sería bueno que aprenda del Cardoso político; el que sabe que un
verdadero demócrata no usa su prestigio e influencia como expresidente
para intervenir de manera abusiva en las elecciones de otro país.