terça-feira, 24 de março de 2009

Generacion Y

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Muchos hemos llegado a creer que si no estamos bajo el paraguas de una entidad estatal, no existimos. En la puerta de un ministerio o frente a la secretaria de algún funcionario, hay una pregunta que siempre nos recibe: ¿Y usted de dónde es? No se trata de curiosidad sobre nuestro origen regional, sino de una aguda pesquisa alrededor de la institución que nos valida. Cuando no se tiene una credencial con las siglas de una empresa estatal, poco puede hacerse en esas dependencias oficiales. Los que somos “ciudadanos independientes” o “individuos por cuenta propia” estamos acostumbrados a las largas esperas y a las negativas.

En esta peculiar condición de electrón libre, alejada del núcleo de cualquier privilegio, poder o cargo importante, soy diestra en tropiezos, especialista en trámites que nunca se resuelven. Me han hecho una y mil veces la misma pregunta sobre la sombrilla estatal que me protege, y prefiero consumirme bajo el sol de mi autonomía que cobijarme bajo una prerrogativa. Claro que esta filosofía de la “no pertenencia” no sirve para explicársela al custodio y que me deje entrar a resolver alguna vedada diligencia.

Resulta que no existo, porque ninguna entidad estatal me tiene inventariada, porque no pago cuota a un sindicato o aparezco en el listado de algún comedor obrero. Aunque camino, duermo, amo y hasta me quejo, carezco de la fe de vida que me daría la filiación a un reducido –y aburrido– número de organizaciones neogubernamentales. En la práctica, soy un fantasma cívico, un no-ser, alguien que no puede mostrar ante el incisivo ojo del portero ni la mínima prueba de estar en los mecanismos oficiales.

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