¿Quién firma ahora las cartas?
Comprar un auto es una de esas aventuras a lo Indiana Jones, que lo mismo puede terminar con un infarto al miocardio o en una larga espera de diez años. Durante mucho tiempo sólo fue posible obtener un carro a partir de la distribución basada en la meritocracia. Un trabajador destacado, con miles de horas voluntarias y una misión como soldado en Angola o Etiopía, podía sentirse afortunado si le permitían adquirir un Moskovich o un Lada. Los profesionales de más alto rango se disputaban, en las universidades y los centros de estudio, las reducidas asignaciones de automóviles. Mientras, los funcionarios gubernamentales podían aspirar a modelos más modernos, que eran reparados en talleres del propio Estado.
Cuando colapsó la tubería que conducía el subsidio desde el Kremlin hasta aquí, terminó la distribución por méritos de electrodomésticos y carros. Comenzó a funcionar –otra vez– el dinero como moneda de cambio para hacerse con un vehículo. No obstante, se mantuvo un filtro selectivo para obtener el derecho a comprar los recién llegados Citröen, Peugeot o Mitsubishi. Los viejos autos adquiridos antes de 1959 sí pueden ser vendidos, pero está prohibido traspasar a otro dueño los obtenidos por cualidades laborales e ideológicas. Las regulaciones terminaron por reconocer que lo alcanzado en aquellos años del “socialismo real” era sólo una propiedad a medias, intransferible y fácilmente confiscable.
Hasta el día de hoy, aunque algunas tiendas muestran en exhibición modernos todo-terrenos y climatizados minibuses, ningún cubano puede dirigirse a ellas y comprar –sin más requisito que el dinero– un auto. Hay que recibir antes una carta de autorización, a la que se llega después de años de papeleo. El proceso incluye una exhaustiva supervisión del origen de los fondos y la comprobación de la “limpieza” ideológica del comprador. Por casi una década, la firma de ese salvoconducto la hacía Carlos Lage, vicepresidente del Consejo de Ministros, defenestrado hace unas semanas. De manera que en medio del estupor por su sustitución, algunos se preguntan ¿Quién firmará ahora las cartas para obtener el añorado auto?