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From: Generación Y <Yoani.Sanchez@gmail.com>
Generación Y
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Posted: 26 May 2012 07:35 PM PDT
Imagen tomada de http://krusay.blogspot.ca/
¿Qué es un académico? ¿Qué es un
intelectual? Son algunas de las interrogantes que me han atormentado
durante años, incluso desde antes de graduarme en Filología Hispánica.
Sumergida en la insolencia adolescente, creí en algún momento que para
ser lo uno o lo otro era necesario asumir ciertas poses, gestos, seseos y
hasta formas de vestir o de fumar. Con el tiempo, comprendí que la
erudición no tiene que venir acompañada por una barbita puntiaguda, una
mirada desde arriba, unas gafas a media nariz ni una de esas boinas
ladeadas que tanto gustan a nuestros estudiosos. Conocí personas que
llevaban a la par los conocimientos y la audacia, la sapiencia y la
espontaneidad, un inmenso bagaje cultural y una humildad encomiable.
Muchos de ellos ni siquiera lograron un diploma universitario ni
publicaron un solo libro. También advertí que, frecuentemente, el mundo
intelectual cubano no se estructura sobre la base de la sabiduría, sino
del oportunismo y de la fidelidad ideológica. Ejemplos sobran de
“honoris causa” otorgados como premio a la militancia, en lugar de
galardonar con ellos las aptitudes profesionales. Abundan también
-lamentablemente- los expulsados o relegados en centros de investigación
por motivos de estricto corte político y no científico.
Pero más allá de las apariencias, como
marca de una cofradía sabia o de las muestras de lealtad al gobierno que
profesan tantos de nuestros ilustrados, hay una característica que se
repite alarmantemente en la intelectualidad nacional: se trata de su
incapacidad para sostener un debate con personas que dentro de la Isla
no pertenecen a las instituciones santificadas y creadas desde el poder;
su ineptitud a la hora de aceptar el reto de la discusión con quienes
piensan diferente. Un académico cubano viaja de La Habana a San
Francisco y tolera que desde el público cualquier norteamericano le haga
preguntas y cuestionamientos que jamás admitiría ni siquiera escuchar
en su propia patria. Toma un vuelo para participar en LASA 2012 y parece
dispuesto a sentarse en un panel donde hay perspectivas liberales,
demócratas y anti-totalitarias a las que jamás daría cabida aquí. Para
colmo, la intervención que pronuncia fuera de nuestras fronteras es –a
las claras- unos grados más atrevida y crítica que la dicha ante sus
alumnos, sus lectores o sus colegas en Cuba. Sin embargo, una vez de
regreso al territorio insular, si se le convoca a un intercambio de
ideas desde la sociedad civil, la oposición o la escena alternativa,
hace como que no escuchó la invitación o insulta a la contraparte.
Denigra, se convulsiona, llama a Papá Estado para que lo defienda; todo
eso y más antes que aceptar el intercambio de argumentos y posiciones
que tan urgentemente necesita nuestro país. En fin, se esconde.
Así que ya he pasado la etapa de buscar en
los diccionarios y los manuales la definición de lo que es un hombre
sabio. No voy a describir aquí todos los puntos que me ayudan a hacerme
una idea muy personal de la cultura de cada quien, pero les diré cuál es
la característica que encabeza mi muy subjetiva lista. Se trata del
arte para la polémica y la controversia que tenga una persona, de su
disposición a escuchar incluso las tesis más antagónicas o los criterios
más enfrentados. Admiro a quienes son capaces de debatir con el
contrincante ideológico o académico sin caer en la arrogancia, la
violencia verbal o la ofensa personal. No me molesta que algunos se
vistan con lo que creen es la indumentaria de un intelectual, ni
siquiera que digan coincidir ciento por ciento ideológicamente con el
gobierno que –casualmente- les paga su salario. Lo que me irrita y
decepciona es que, siendo supuestamente la vanguardia de la palabra y el
pensamiento de esta nación, se nieguen a usar el verbo y las ideas en
el debate, evadan su compromiso científico de buscar la verdad teniendo
en cuenta todas las variables.