La nueva izquierda cubana: ¿pura y solita?
A
estas alturas del juego seguir creyendo que el liberalismo es un
compuesto viral tan mortífero como el ébola es un error político fatal
Algunos miembros del OC lo firmaron, considerando que era una buena
manera de revalidar sus posicionamientos y trazar puentes con otras
personas y grupos, con los que no comparten ideologías, pero sí
propuestas concretas sobre el futuro nacional. Creo que esa concurrencia
fue un dato cualitativo muy interesante de este documento, que habla de
la madurez política de los firmantes. Creo que nos honraron a todos.
Otros no lo hicieron, pues consideraron —al menos fue el caso de dos artículos que leí firmados por Karel Negrete y Rogelio Díaz — que se trataba de un documento democrático liberal del tipo del que es necesario huir si la izquierda alternativa, como
también es referido el OC, quiere ser eso mismo, es decir, alternativa.
En lugar de cuestiones como el multipartidismo o el ejercicio de
libertades, los dos articulistas del OC se recordaban entre ellos que la
meta de la izquierda era avanzar hacia la organización del sujeto
popular en todos aquellos lugares en que esté, y todo desde una
perspectiva anticapitalista.
Por
supuesto que respeto sus razones. Que no hayan firmado el Llamamiento
no es particularmente relevante. Se trata de un documento que cubrió una
coyuntura, y en él no se agota la galaxia. Creo que fue una buena cosa,
pues la gama de posiciones que englobó —desde neoliberales hasta
socialistas— habla de la evolución política de todo un segmento de la
sociedad transnacional cubana. Creo que para el OC como red hubiera sido
interesante firmar un documento de consenso que si se escoraba en
alguna dirección era justamente a la izquierda, quizás porque la mayor
parte de sus promotores padecían de esa sana inclinación. Y obviamente
porque nadie lo objetó. Pero, repito, se trató de un simple documento, y
no de la última Coca Cola del Desierto, y con seguridad habrá otras
oportunidades de encuentros y desencuentros.
Lo
que realmente me preocupa es el tipo de argumento empleado por los
articulistas, y el coste que puede tener esta suerte de posicionamiento
sectario puritano del que la izquierda ha sido históricamente pródiga,
sin dejar tras ella nada más que los ripios de sus testimonios de
derrotas. Y debo dejar claro que si me detengo en este asunto es
sencillamente porque me parece que tanto el surgimiento de una llamada
Nueva Izquierda en Cuba y la existencia del Observatorio Crítico son dos
hechos muy importantes en el complejo presente de nuestra sociedad
transnacional.
Francamente
creo que a estas alturas del juego seguir creyendo que el liberalismo
es un compuesto viral tan mortífero como el ébola es un error político
fatal. La democracia es un ente complejo que implica muchas cosas, buena
parte de ellas inherentes al credo liberal: elecciones libres y
competitivas, transparencia, participación, libertades y derechos,
pluralismo político, etc. Según las preferencias doctrinarias se pueden
enfatizar unos u otros componentes, y de ahí brotan formatos diferentes
de democracia. Pero omitir los valores liberales como ingredientes
transversales, es desnaturalizarla.
A
los anticapitalistas más ofuscados vale la pena recordarles que el
liberalismo es una construcción sociopolítica que precede al propio
capitalismo, y empezó a gestarse en los primeros momentos en que los
griegos comenzaron a separar la moral positiva de la política positiva,
al demos del legislador, a la comunidad del individuo. Y que el propio
Marx fue un producto de esa evolución, y muchas veces fue seriamente
liberal, como cuando proclamaba aquello de que la realización de todos
dependía de la realización de cada uno. Y no al revés, como quisieron
los poco ilustres constructores del “socialismo real”.
Y
sin democracia no hay alternativa que funcione. Realmente es alentador
que uno de los articulistas de OC abogue “por el trabajo a pie de
barrio, de comunidad; de promoción entre toda la ciudadanía de la
conciencia del poder”. Yo también lo creo importante. Solo que mi
experiencia personal me sugiere que eso que hoy se llama empoderamiento no puede conseguirse a largo plazo fuera de un sistema democrático.
Hace
ya veinte años yo intenté trabajar a “pie de barrio”. Y junto con un
equipo formidable, creo que lo hicimos muy bien. Entre 1990 y 1996
establecimos vínculos y acompañamos experiencias comunitarias de
vocación autogestionaria en lugares como Atarés, Santa Fe, El Condado,
Libertad; al mismo tiempo que trabajamos junto con dirigentes
municipales progresistas y renovadores. Se dieron pasos considerables, y
tangencialmente dejamos escritos varios artículos y un par de libros
que aún hoy se leen en la Isla, al menos algo más de lo que se citan.
Realizamos varios talleres sobre los temas de la autogestión a los que
concurrían líderes comunitarios, activistas sociales, académicos y
funcionarios municipales. No menos relevantes fueron los contactos de
nuestra gente con homólogos centroamericanos que pudieron mostrar el
valor de la autonomía.
Pero
cuando en 1996 vino la ofensiva contrarrevolucionaria del Buró Político
del PCC que diezmó al Centro de Estudios sobre América, lo primero que
los interventores indicaron fue detener totalmente esos estudios y
contactos. Y luego fueron esterilizando a estas organizaciones,
disgregándolas o convirtiéndolas en mecanismos auxiliares de los
aparatos municipales respectivos. No hubo para donde huir, ni donde
esconderse, sencillamente porque no había espacios consagrados de
derechos y libertades —no se si burgueses, proletarios, liberales o
anarco-sindicalistas— pero suficientes para garantizar la autonomía
social.
El
problema de la democracia en Cuba —de los derechos y libertades
ciudadanos; del pluralismo político como principio organizador del
sistema, de la renovación mediante elecciones libres y de la
participación autónoma de la sociedad— no puede colocarse en la lista de
espera. Mirar fijamente a la utopía por demasiado tiempo es la mejor
manera de no mirar las realidades ríspidas que tenemos que resolver.
Ninguna retórica sobre “movimientos sociales cubanos” o sobre “las
fuerzas conscientes de las clases trabajadoras” puede servir de pretexto
para continuar imaginando que hacemos algo y no hacer otra cosa que
dejar testimonios de sanas intenciones.
De
igual manera que ninguna declaración de solidaridad con las luchas
globales anticapitalistas, legitima el silencio de que hace gala una
parte de nuestra nueva izquierda respecto a la represión
sistemática que sufren los compatriotas que quieren ejercer sus derechos
políticos en la tierra en que nacieron. No importa que sean
socialdemócratas, neoliberales o democristianos: tienen derechos y les
son negados. Hasta que ellos no los tengan, nadie los tiene.
La
restauración capitalista en Cuba es inevitable. No es posible regenerar
socialismo de donde no lo hay. Tampoco es posible creer que la sociedad
cubana —exhausta y cansada de las metas abultadas— esté lista para
escenificar epopeyas trascendentalistas. La cuestión está en si la
sociedad cubana tendrá que presenciar la restauración del capitalismo
con las manos atadas, o si en cambio habrá espacio para luchas sociales,
sindicales, feministas, ambientales, raciales, territoriales, etc. en
defensa de las conquistas sociales republicanas y revolucionarias y para
establecer nuevas normas de responsabilidad social empresarial y de
funcionamiento de mercados. Y todo eso pasa inevitablemente por la
instauración de un orden democrático y de principios liberales que
protejan la autonomía de la sociedad. Y si al final de esta historia
logramos establecer en Cuba un orden socialdemócrata, creo que habremos
conseguido mucho más de lo que la retórica altisonante nos depara.
Sé
que esto último debe sonar a terrible traición. Sé que la
socialdemocracia ha reculado tanto que ya no sabe ni donde dejó los
zapatos. Pero también sé que ha tenido logros históricos en la
redistribución de los ingresos vía fiscal, en el manejo de regímenes
corporativistas y en el establecimiento de estados de derechos con un
fuerte contenido social. No hizo lo que dijo que iba a hacer, pero creo
que lo hizo mejor que la otra izquierda que encabezó las experiencias
del llamado socialismo soviético. El contraste entre Willy Brand y Erich
Honecker.
Para
la nueva izquierda cubana es hora de avanzar sin mantos de penitentes,
ni dogmas, ni rigideces doctrinarias, ni consignas que a nadie interesan
y solo sirven para alimentar nuestras recreaciones onanistas.
Conservemos las utopías como referentes, pero fijémonos en lo que pasa
en la esquina. Querer enhestarlas por encima de las realidades es un
signo inequívoco de derrota para la izquierda. Es irse quedando sola,
muy sola.
Y a fuerza de pequeñeces, diría, solita.