Atemperar a papá
Para Marino Murillo, vicepresidente cubano y padre
que, hace pocos días, vio partir una hija hacia el exilio.
que, hace pocos días, vio partir una hija hacia el exilio.
“Papi tú no te vayas a meter en nada”,
le aconseja la hija desde el otro lado de la línea. La misma hija que
hace unas semanas le envió algo de dinero y un paquete con medicinas y
ropa. Esa que emigró hace una década y desde Berlín es el soporte
principal de la familia que se quedó en La Habana. El padre traga en
seco cada vez que su primogénita le repite –vía telefónica- que no se
involucre en tareas del Partido Comunista, ni del Comité de Defensa de
la Revolución y mucho menos se deje utilizar en ningún mitin de repudio
contra opositores. “Oye, aquello está a punto de caerse y tú eres el que
te vas a quedar embarrado”, le remacha la insistente joven. De manera
que el obediente jubilado ha bajado en varios grados su intolerancia
ideológica, moderado esa rabia que le producían los que estaban en
contra de “su Comandante” y hasta ha escondido su carnet de militante en
el fondo de una gaveta.
Se le ve cambiado. Cuando alguien le
habla de política salta hacia el tema del clima o del béisbol. A esos
vecinos disidentes a los que les negaba el saludo les ha vuelto a hablar
e incluso a guiñarles un ojo con complicidad. Ya las reuniones de la
asociación de combatientes le parecen tan aburridas, los periódicos tan
vacíos, las consignas tan falsas… ni siquiera enciende la televisión
cuando hay discursos oficiales. ¿Qué le ha ocurrido? Una mezcla de
frustración, molestia ante la pensión bajísima, la corrupción imperante y
el aplazamiento indefinido de los sueños. Pero en su caso los hijos han
sido el principal catalizador de la inconformidad, el mentís más
rotundo que hubiera podido recibir su ideario. La mayor vive en Europa y
el más pequeño cruzó en balsa el estrecho de La Florida. Ninguno quiso
quedarse a esperar los frutos del sistema por el que “Papá tanto luchó”.
Después de la partida de sus “niños”, ha
descubierto en sí a un hombre más moderado, capaz de aceptar que los
hijos de otros también se vayan sin por ello correr a lanzarles huevos o
insultos. No permite que nadie llame a sus vástagos “traidores” y ha
aprendido que el inglés que habla su nieta nacida en Arkansas no es
–para nada- la lengua del diablo. Además, las vitaminas que le envían
son tan buenas, el gel para el dolor de espalda de tanta calidad, los
dólares por la Western Union tan oportunos… En fin, que es un hombre
diferente. El próximo octubre volará hacia Estados Unidos a visitar a
los suyos y planea no regresar. Se irá sin hacer ruido, sin despedirse,
sin siquiera darse de baja del único partido en el que militó. Se irá
sin retractarse públicamente de nada, sin pedirle disculpas a ninguno de
esos inconformes a los que hace décadas insultó, escupió, denigró. Se
irá.