Generación Y es un Blog inspirado
en gente como yo, con nombres que comienzan o contienen una "i
griega". Nacidos en la Cuba de los años
70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las
sali
El buen intelectual
Perdido en la metáfora, el buen
intelectual evita acercarse a la realidad por aquello de que lo
universal hará más trascendente su obra que lo local. Esconde en algún
pasaje simbólico de su guión teatral, en la parábola de un verso o en la
figurita apenas visible de la esquina del lienzo, esa dosis de crítica
que le permitirá después pavonearse de que él “nunca se calló”. Sabe muy
bien de la censura, la simulación y el miedo que corroen su trabajo,
pero responde airado a quién se lo recuerda. ¿Y qué quieres, que me vaya
a trabajar a la construcción? le espetará a quien critique sus
demasiadas concesiones. Prefiere abordar lo erótico más que lo político,
el pasado antes que el presente, recrear los clásicos en lugar de sus
contemporáneos. Una vez su nombre estuvo en las listas negras y en las
grises, pero ahora le dan homenajes y le entregan medallas. Tiene un
acceso a Internet desde su propia casa y hace un par de años disfrutó de
un fin de semana con todos los gastos pagos en un hotel de Varadero.
El buen intelectual hace la fila de la
Oficina de Intereses de Estados Unidos a la espera de una visa, pero ese
día lleva gafas de sol y sombrero para que nadie lo reconozca. Da
conferencias y giras por las universidades del “Imperio” mientras trata
de modular su discurso allá y aquí, no vaya a ser que resulte anticuado
en un lugar o demasiado liberal en otro. Cuando vienen delegaciones
extranjeras le gusta estar cerca, llevar a casa a algún visitante,
conmoverlo un poco para que le expida una invitación a cualquier lugar
del mundo… porque en fin de cuentas “aquí no hay quien viva”. Tiene una
antena parabólica bien escondida en el último cuarto, pero al hablar con
sus colegas simula que vio el noticiero nacional anoche o la mesa
redonda el martes pasado. Un amigo le pasa copias de esas páginas
prohibidas a las que nunca se atreve a entrar desde su propio ordenador.
El buen intelectual se queda muy
tranquilo mientras espera una respuesta a su permiso de salida y cuando
regresa se vuelve a portar bien para que le autoricen el próximo viaje.
Le parece que todo tipo de activismo o evidente posicionamiento político
es cosa de quienes no tienen el talento de su escritura o de su pincel.
Mira por sobre el hombro a los que se desgastan en discusiones sobre
“reformas”, “cambios” u otras fugaces naderías. Pero cuando se toma un
par de copas se pregunta si él habrá escalado esas cimas artísticas por
su verdadero talento o por el exilio masivo de quienes pudieron ser sus
competidores. Guarda en alguna gaveta aquella canción que compuso con
las vísceras al aire, aquel poema donde se desnudaba totalmente o
aquella boca en forma de grito que dibujó una vez. Porque un “buen
intelectual” nunca se descompone, nunca se enrola en pasiones sociales,
nunca se deja arrastrar a la calle.