Bata blanca
Guanajay tiene un parque central que parece de un pueblo más grande y una glorieta con la majestad de toda una capital. Justo allí, durante 28 días estuvo Jeovany Jiménez en huelga de hambre reclamando su derecho a volver a ejercer como médico. Había sido inhabilitado de esa profesión desde 2006 cuando protestó por un menguado aumento salarial al personal de la salud pública. Se quejó de los escasos 48 pesos cubanos (2 USD), sumados –con bombo y platillo- al sueldo de cirujanos, anestesistas, enfermeras y otros profesionales del sector. Junto a la medida administrativa que se le aplicó, fue separado también del Partido Comunista donde militaba. A finales de 2010 y ante la ausencia de respuestas institucionales a sus reclamos, se abrió el blog Ciudadano Cero en la plataforma Voces Cubanas.
Después de enviar al Ministerio de Salud Pública (MINSAP) una veintena de cartas durante estos más de cinco años, el proscrito Dr. Jiménez recurrió a una desesperada estrategia, dejar de ingerir alimentos hasta que lo rehabilitaran en su puesto. En medio de la tristeza de sus amigos y la curiosidad de los transeúntes que pasaban por el parque de Guanajay, comenzó a perder kilogramos y esperanzas. Desde el 5 de marzo pasado se negó a comer y sólo se avistaban dos opciones: que tuviera que abandonar la huelga sin alcanzar sus reclamos o que terminara en un ataúd. El más increíble de los escenarios era que lo reivindicaran legalmente como médico, dada la terquedad de las instituciones a la hora de rectificar una injusticia. Y sin embargo, sucedió el milagro.
Ayer domingo, dos funcionarios del MINSAP le llevaron a Jeovany Jiménez la resolución 185 donde se le permite volver a trabajar en su profesión. Incluso le van a reintegrar el monto salarial que dejaron de pagarle en estos seis años de desempleo. Para alcanzar este “final feliz” el Dr. Jiménez tuvo como arma principal su tenacidad, esa constancia que muchos de sus conocidos ya catalogaban casi como una obsesión. Esta protesta que no tuvo cariz político sino laboral, contó con la magnífica herramienta de Internet para darle visibilidad y también los micrófonos de periodistas, emisoras radiales y televisoras extranjeras que arrojaron luz sobre tan desproporcionado castigo administrativo. Pero el toque final lo dio su propio cuerpo. Ese cuerpo que el juró cuidar en los otros y que puso en riego en sí mismo para que le devolvieran el derecho a sanar. Un médico que haya luchado así por retornar a la consulta, al estetoscopio sobre el pecho, a la bata blanquísima y a la letra apretada de las recetas, se merece más, se merece un diploma de oro.