Día del maestro
Anoche, una vecina tocó a la puerta;
eran cerca de las diez. Su nieto debía llevarle un regalo a la maestra y
la señora buscaba papel de colores con que envolverlo. En algún lugar
nos quedaba un pliego pintado con florecitas lilas, que resultó
suficiente para cubrir un par de jabones y un creyón de labios. Hoy, el
niño salió orondo, con el presente en las manos, hacia una escuela donde
la música sonaba desde temprano en los altavoces. El día del educador
ha sido, desde siempre, una gran fiesta en todos los colegios cubanos,
un momento para que los estudiantes agasajen a los profesionales de la
enseñanza. Sin embargo, no son tiempos para celebrar demasiado ni para
tapar con conmemoraciones la situación actual de este importante sector.
La “alta calidad de la educación
cubana”, que tantos en el mundo han enarbolado, es un espejismo que no
logró prolongarse más allá de los años ochenta. Mantenida desde el
Kremlin, esta Isla llegó a exhibir una infraestructura docente que nada
tenía que ver con sus reales posibilidades económicas y productivas.
Como si un hombre enclenque y sin dientes poseyera un brazo digno del
más fornido fisiculturista. Esa desproporción -entre lo que
disfrutábamos y lo que realmente podíamos permitirnos- quedó en
evidencia cuando el subsidio soviético se cortó y las escuelas del país
entraron en una profunda crisis de la que aún no se recuperan. Una
crisis que no sólo incluye el deterioro físico de los locales y de las
aulas, sino también la pérdida de calidad docente y la devaluación ética
y moral de la educación.
En el centro del problema: el maestro,
que pasó de ser un profesional respetado a quedar en los últimos
peldaños de la escala laboral. Los experimentos de formar pedagogos
emergentes empeoraron la situación y hoy es común encontrar impartiendo
una clase de español a alguien que no sabe la diferencia entre “literal”
y “literario”. El exceso de ideología, el maniqueísmo a la hora de
ilustrar la propia historia nacional, el recorte de la creatividad y del
espíritu crítico, se inscriben entre las tantas características
negativas que muestra hoy la educación cubana. Sin embargo, a pesar de
todo eso, todavía quedan profesores que sobresalen en sus claustros por
realizar su labor con dedicación y excelencia. Educadores a quienes los
bajos salarios, el colapso material, la mediocridad circundante y la
intromisión de la política en su trabajo, no les han quitado los deseos
de enseñar. A ellos, muchas felicidades en este día.